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ULPIANO EL ROMANO

Discurso pronunciado en Washington


                                                                                                                         19 de Noviembre de 1984

Veo en Ustedes reflejados a sus gobiernos, y por supuesto al mío, y en tal carácter me ofrece una viva imagen de una asamblea universal, símbolo de la unidad del género humano. Este recinto tiene también la virtud de suscitar en mi espíritu como argentino y como dirigente, que desde aquí habrá de nacer algo absolutamente concreto para el destino y la libertad de nuestros pueblos.

La religión, la raza, el idioma, las costumbres pueden o no, ser comunes, pero el orgullo nacional debe ser sentido por todos para que los habitantes sean un pueblo y para que las "tierras de nadie" sean una patria con nombre. Decía en su testamento Pablo VI sobre el mundo, no se crea que se le ayuda asumiendo los pensamientos, las costumbres, los gustos, sino estudiándolo, amándolo y sirviéndolo. Nuestra obligación es, por lo tanto, estudiar las causas de los problemas del mundo actual.

Nos encontramos con teorías económicas del liberalismo y del marxismo que son antagónicas, lo que significa que cualquier confrontación, resulten siempre estériles. Si se presta atención a estas discusiones, se creerá estar escuchando lenguas diferentes. Unos hablan en inglés, y otros lo hacen en ruso. De hecho, se establecen dos filosofías de dos escuelas, de dos concepciones de vida absolutamente distintas, lo cual arribamos a la conclusión inexorable de que tiene que desembocarse en la ruptura.

Paso a narrar como han sido los ocho años del proceso militar de mi país, ahora que la tragedia está consumada, que asistimos al destrozo más vandálico de nuestra economía de la historia. Corresponde preguntarnos, ¿cuál es la meta de toda esta estrategia destructiva? Desde luego que los móviles son varios, necesariamente recurrentes. El primero y mas elemental, tratándose de los especialistas que administran la banca internacional y las empresas multinacionales, es obtener el máximo provecho posible, en el corto plazo de las inversiones especulativas, de sus maniobras monopólicas y de sus tácticas comerciales extorsivas. Por algo hemos estimado en un mínimo de 50.000 millones de dólares lo que los inversionistas golondrinas sustrajeron a nuestro país durante los años del gobierno de facto, con el ministro de economía doctor Martínez de Hoz en su directriz destructiva.

El segundo es el de adquirir a través del empobrecimiento y debilitamiento de nuestras empresas al máximo control posible del aparato económico nacional. Si tenemos presente la multitud de quebrantos empresarios y comerciales ocurridos en los últimos 70 años, tenemos una idea aproximada del verdadero alcance de la desnacionalización de empresas y de gran parte del patrimonio mobiliario de la nación, acaecido como resultante de lo que acabamos de expresar.

Tercero y último, porque la obtención de la meta precedente prepara el camino inmejorable para el manejo político y la virtual ocupación de nuestro país para los estrategas del "gobierno mundial".

Dicen los críticos del estado nación, para acabar con el concepto superado de estado-nación debemos llevar a cabo una acción en forma diversificada, inventando organismos con objetivos limitados con responsables elegidos caso por caso, así sigamos comiéndolas pedazo tras pedazo, hasta terminar con las soberanías nacionales.

En el mismo sentido leemos a Tenebaum, Frank, "Mas allá de la Nación-Estado", 1970, en la página 36: "...por otra parte, el surgimiento de las compañías multinacionales ofrece una base práctica para el futuro desarrollo mundial. Ya que están mas interesados en las realidades del servicio comercial e industrial que en los símbolos de la soberanía, no existe prueba de que pueda constituirse un orden internacional efectivo y duradero tomando como centro de unidad política denominada Nación- Estado".

 La República Argentina es una nación soberana. La constituye, en un ambiente geográfico definido, un pueblo conciente de su comunidad de destino, con una historia que aliente este presente y nos empuja hacia el porvenir. Tenemos voluntad y decisión de continuar construyendo la nación. Lo haremos lenta o rápidamente, pero lo haremos.

Esta voluntad creadora es la misma que impulsa a los pueblos hermanos de Latinoamérica. Casi juntos nacimos a la vida independiente y juntos debemos lanzarnos a la conquista de nuestra realización. América Latina es mucho más que un conjunto de naciones unidas por la geografía, por la historia, por las instituciones, y por la fe. América Latina es un destino común y una empresa común de redención humana. Esta comunidad que integramos los pueblos latinoamericanos se asienta sobre un continente que es una unidad en su expresión geográfica y en sus raíces históricas, y que esta unido también por un común anhelo de realización democrática.

Que razón tenía Don Hipólito Irigoyen, ilustre presidente de los argentinos, cuando afirmó que "los hombres son sagrados para los hombres y los pueblos son sagrados para los pueblos".

Las relaciones con los países hermanos de Latinoamérica deberán ser llevados a un plano de completa identificación, especialmente en lo que se refiera a los países limítrofes. Debemos concluir con los pequeños problemas de límites y avocarnos a la concertación de acuerdos tan amplios como sea posible, tendientes a impulsar el desarrollo y la integración económica dentro de cada uno de los países. Para que Latinoamérica sea una poderosa comunidad de naciones es indispensable que cada una de ellas alcance la mayor prosperidad posible, pues el desarrollo de cada nación latinoamericana permitirá acelerar el desarrollo de las demás.

Argentina deberá permanecer en la Organización de los Estados Americanos, para defender estos grandes principios de solidaridad continental. Deberá permanecer también en las Naciones Unidas y demás organismos internacionales y de cooperación cultural, social, técnica, y humanitaria, pues todos ellos son avances trascendentes hacia la realización de la moral universal a que aspiramos y hacia la instauración de un efectivo derecho internacional.

En el seno de los organismos internacionales, nuestros representantes deberán abogar por el rescato de las normas, a los principios jurídicos que integran el ideario nacional y por el derecho de todos los pueblos a la realización e integración de sus respectivas naciones, eliminando toda forma de colonialismo, de trilateralismo y doctrina monetarista de la escuela de Chicago.

En virtud del anhelo de paz y de entendimiento universal, Argentina deberá sostener la necesidad de que la solución de los problemas de carácter internacional se trate y se lleve a cabo dentro de las Naciones Unidas y por los órganos naturales que sus estatutos determinan.

Con ese mismo espíritu, Argentina deberá comerciar con todas las naciones de la tierra sin discriminación y sin inmiscuirse en los problemas internos de otros países. El comercio ha sido históricamente un vínculo de unión entre los pueblos y puede cumplir en nuestra agitada época un extraordinario papel como factor de integración mundial, en manos de la Comisión Trilateral en el pasado gobierno de facto y engarzado en el actual gobierno democrático.

Por ello se hace fundamental el esclarecimiento a todos los aquí presentes, y de ser posible a la prensa mundial: hemos de volver a ser fiel es a una concepción moral que ordena observar una conducta en las relaciones entre los hombres y entre los pueblos. Cumpliremos todos los compromisos que el país tiene legalmente, y repito, legalmente contraídos. Ello no resultará pues, de una imposición externa, sino de una conciente y voluntaria decisión del pueblo argentino. En nuestras relaciones buscaremos siempre las vías mas expeditivas y el trato mas directo, que es la manera como se entienden los pueblos cuando están echando con optimismo y esperanzas los cimientos de un mundo nuevo.

Para pasar al análisis del futuro propongo establecer como propuesta concreta y decisión firme, nazca hoy de este recinto internacional una comisión investigadora de la Comisión Trilateral para Lati-noamérica, para que desde hoy en mas, tengamos en claro las operaciones destructivas, el caos eco-nómico, y a donde nos desean conducir. Entonces se habrá alcanzado una modificación en la historia de la humanidad. Tener en claro nuestros enemigos, que no son naciones, sino intereses espurios, malignos y diabólicos.

Ahora pasamos al futuro. Nos aguarda una inmensa tarea. Tenemos que librar una lucha sin cuartel contra el atraso, el estancamiento, el desánimo, y la desesperanza. Tenemos que extirpar hasta sus raíces la ignorancia, la miseria, la enfermedad y el miedo al futuro. Tenemos que aplicar toda nuestra fuerza y toda nuestra inteligencia para levantar a Latinoamérica y lanzarla hacia delante. Tenemos que movilizar todas las energías y todos los recursos. El destino nos ha lanzado un desafío y los pueblos lo han de aceptar. Tenemos que vencer, porque esta lucha sin cuartel la hemos de librar en nombre de la justicia y de la libertad. En esta gigantesca movilización el único protagonista será el pueblo latinoamericano. En esa no habrá conductores, sino interpretes, según la voluntad multáni-me que ha encontrado la hora propicia para su realización. El destino nos ha dado el gran compro-miso de clarificar cada pueblo, cada hermano, para que el destino lo interpretemos a nuestra manera y no a la manera que se nos quiere imponer. Tenemos plena conciencia de que apenas somos instrumentos de una decisión colectiva pero asumimos la plenitud de los deberes y responsabilidades que eso impone. Apelamos a las reservas morales para que nos infundan su fe, su tenacidad, para que nos guíen y nos auxilien. Pedimos a Dios que nos infunda la sagacidad que nos permita reconocer la mayor sabiduría de los dones y utilizarlo al servicio del bien común. Pedimos a Dios que nos otorgue bondad para mar al prójimo, capacidad para inspirar confianza, y humildad para reconocer nuestros errores.

Pero ello no puede hacernos ignorar el hecho de la desigualdad que se manifiesta con dolorosa evidencia entre el progreso y bienestar alcanzado en una parte de América y el atraso y la miseria en que viven millones de seres en la otra parte de América, en nuestra América. Nuestra primera obligación como americanos es velar por la suerte de estos seres y lograr que ellos gocen los mismos niveles de progreso espiritual y material alcanzados en otras latitudes. Solo entonces, cuando la comunidad de la geografía, de la historia y del ideal se integre con la similitud del progreso económico-social y del desarrollo espiritual, solo entonces querrá decir más la existencia de una cabal unidad continental.

También es cierto que históricamente pertenecemos al mundo cultural de occidente que para nosotros no es antagonismo. Por lo contrario, nos sentimos herederos de un legado espiritual basado en el reconocimiento de la condición sagrada y de la capacidad creadora de la persona humana. Por eso precisamente, porque somos hijos de occidente nos sentimos parte de la comunidad universal de los pueblos y sentimos como nuestras las luchas que libran por la libertad y el progreso en todos los rincones de la tierra.

Por todo ello podemos afirmar que la Argentina actuará en el mundo movido por su vocación autóctona de ser una gran nación, impulsada por su vocación ecuménica de servir a la causa de todo el género humano. En virtud de estos principios, la política internacional argentina deberá colocarse al servicio de la hermandad latinoamericana, del entendimiento entre todos los pueblos y de la vigencia de una moral internacional basada en la libertad, la democracia, la paz, el progreso, la autodeterminación y la plena soberanía de todas las naciones, en un plano de absoluta igualdad. Retomaremos de esta manera el pensamiento de un gran argentino "debemos aprender de nuestros propios errores". Quiera Dios iluminar a vuestras amabilidades y guiar a este gran pueblo latinoamericano que merece paz, libertad y progreso, por el camino de su felicidad y su grandeza, pero quiera también Latinoamérica no

esperar todo de la Providencia y decidirse a afrontar el porvenir con ánimo resuelto y esperanzado corazón. Entendemos que la claridad de los conceptos deben ser trasmitidos por una empresa no comprometida con estos centros del poder mundial.

 

Alejandro R. Iaccarino, Empresario; Victima del Proceso Cívico Militar de 1976

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